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sábado, 3 de abril de 2010

El Muro no existe.



“El muro no existe”, me dijo un compañero de asfalto cuando le acompañaba en bicicleta un tramo de la maratón de Sevilla, al llegar al kilómetro 35 y le pregunté cómo se sentía. Él, como otros tantos de nosotros se rehusaba a dejar de correr a pesar de una lesión en su rodilla…
Debido a los largos meses de lluvia en España, el miedo a resbalar en alguna vereda o calle mojada y lesionarme, me puso a pensar en entrenar subiendo y bajando gradas. La idea parecía perfecta, además de entrenar cardio, podía trabajar fuerza muscular. Pero no contaba con que el cambio tan brusco de ejercicio y de movimientos me dejaría una lesión (sin diagnóstico aún) en mi rodilla derecha. Desde mí llegada a Europa, me ha tocado enfrentar un sinnúmero de inconvenientes, y al verme imposibilitada para caminar un mes y para entrenar 2 meses, hizo que mi mundo se venga abajo. Entre mis metas deportivas para este año, tenía planeado correr la maratón de Sevilla en febrero y la de Roma en marzo por debajo de las 4 horas, pero el parón repentino me obligó a repensar mis planes. En Sevilla no hice más de 3 kilómetros patojeando y Roma estaba por verse (tenía que esperar un milagro).
Lo tenía todo pagado y el viaje armado, al menos quería estar presente en la fiesta que se celebra en Roma por su famosa maratón y salir con el pelotón así sea para abrirme unos pocos kilómetros después. Una amiga viajó de Varsovia y nos encontramos de Roma para hacer un poco de turismo 2 días previos; la tarde anterior a la carrera, la rodilla volvió a molestarme al caminar. Cada vez sentía más imposible la idea de cruzar la línea de meta con una lesión y 2 meses sin entrenamiento.
Los momentos previos a la carrera fueron momentos de ansiedad y emoción; miles de atletas, acompañantes, reporteros, cámaras, artistas, etc todos alrededor del Coliseo romano. Gente de todas las edades, capacidades y colores a la espera del momento 0. No puedo describir el nudo en la garganta por la emoción que tenía al ver el famoso coliseo atrás mío y estar rodeada de todos aquellos que nos llaman “finishers” con la ilusión a flor de piel. Mi rodilla ya me molestaba mucho y me costaba creer que aún antes de empezar la maratón, tenía que atravesar la famosa “pared”. Tuve que ver a quien estaba adelante mio, que tenía en su camiseta escrita la frase “There is no wall” y recordé de pronto aquel “El muro no existe” de Sevilla. Respiré profundo y empecé a caminar entre el mar de gente…
Los primeros 21 kilómetros intenté mantener el ritmo, a partir del km 3 la rodilla me dolía cada vez más. Me concentraba en el braceado y la respiración pero cada vez que teníamos que pasar los tramos de empedrado tenía que enfocarme en donde pisar y el dolor se volvía más intenso. Pude notar que habían otros pobres mortales corriendo con alguna lesión y maliciosamente eso me daba más ánimo. Poco a poco vi como se alejaban de mi los pacers de 4:00, 4:15 y 4:30… mi idea de bajar de las 4h ya era imposible pero me mantenía la ilusión de terminar. El paisaje fue increíble, la gente en las calles gritando, bandas tocando, ruinas y monumentos famosos en cada tramo me hacían seguir sin parar un momento. Definitivamente pasar por el Vaticano, el escuchar “forza donna” y el aliento de los otros corredores me llenó de mucha energía para continuar después de la media. Para el kilómetro 25 mis piernas estaban recargadas de ácido láctico y me pesaban cada vez más. Al llegar al 35 y volver a entrar al tramo de empedrado me hizo bajar mucho el ritmo a pesar de saber que faltaba poco. Cuando pensaba ponerme a caminar, como caidos del cielo, un par de corredores italianos empezaron a alentarme; uno llevaba el cansancio de más de 20 maratones en su vida y el otro una lesión en el pie. Los 3 fuimos hablando y riéndonos de mi italiano torcido, cuando uno decaía, habían 2 que alentaban al otro. Definitivamente con el “piano, piano” (suave, suave), pasamos la Plaza España, la Fontana di Trevi, la Plaza Venecia hasta por último ver nuestro último objetivo; el Coliseo romano de donde partimos y donde terminaba la carrera. Ver el km 42 me hubiera parecido imposible días atrás, incluso horas atrás, pero ahí estábamos en el último empujón, los 3 cogidos de la mano cruzando la meta con el mismo nudo en la garganta con el que empecé la carrera y recordando la misma frase del inicio: “El muro no existe!”.
Gracias por compartir estos momentos a la distancia.


los quiere y piensa,
--
Verónica Vargas


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