“El muro no existe”, me dijo un compañero de asfalto cuando le acompañaba en bicicleta un tramo de la maratón de Sevilla, al llegar al kilómetro 35 y le pregunté cómo se sentía. Él, como otros tantos de nosotros se rehusaba a dejar de correr a pesar de una lesión en su rodilla…
Debido a los largos meses de lluvia en España, el miedo a resbalar en alguna vereda o calle mojada y lesionarme, me puso a pensar en entrenar subiendo y bajando gradas. La idea parecía perfecta, además de entrenar cardio, podía trabajar fuerza muscular. Pero no contaba con que el cambio tan brusco de ejercicio y de movimientos me dejaría una lesión (sin diagnóstico aún) en mi rodilla derecha. Desde mí llegada a Europa, me ha tocado enfrentar un sinnúmero de inconvenientes, y al verme imposibilitada para caminar un mes y para entrenar 2 meses, hizo que mi mundo se venga abajo. Entre mis metas deportivas para este año, tenía planeado correr la maratón de Sevilla en febrero y la de Roma en marzo por debajo de las 4 horas, pero el parón repentino me obligó a repensar mis planes. En Sevilla no hice más de 3 kilómetros patojeando y Roma estaba por verse (tenía que esperar un milagro).
Lo tenía todo pagado y el viaje armado, al menos quería estar presente en la fiesta que se celebra en Roma por su famosa maratón y salir con el pelotón así sea para abrirme unos pocos kilómetros después. Una amiga viajó de Varsovia y nos encontramos de Roma para hacer un poco de turismo 2 días previos; la tarde anterior a la carrera, la rodilla volvió a molestarme al caminar. Cada vez sentía más imposible la idea de cruzar la línea de meta con una lesión y 2 meses sin entrenamiento.
Los momentos previos a la carrera fueron momentos de ansiedad y emoción; miles de atletas, acompañantes, reporteros, cámaras, artistas, etc todos alrededor del Coliseo romano. Gente de todas las edades, capacidades y colores a la espera del momento 0. No puedo describir el nudo en la garganta por la emoción que tenía al ver el famoso coliseo atrás mío y estar rodeada de todos aquellos que nos llaman “finishers” con la ilusión a flor de piel. Mi rodilla ya me molestaba mucho y me costaba creer que aún antes de empezar la maratón, tenía que atravesar la famosa “pared”. Tuve que ver a quien estaba adelante mio, que tenía en su camiseta escrita la frase “There is no wall” y recordé de pronto aquel “El muro no existe” de Sevilla. Respiré profundo y empecé a caminar entre el mar de gente…
Los primeros 21 kilómetros intenté mantener el ritmo, a partir del km 3 la rodilla me dolía cada vez más. Me concentraba en el braceado y la respiración pero cada vez que teníamos que pasar los tramos de empedrado tenía que enfocarme en donde pisar y el dolor se volvía más intenso. Pude notar que habían otros pobres mortales corriendo con alguna lesión y maliciosamente eso me daba más ánimo. Poco a poco vi como se alejaban de mi los pacers de 4:00, 4:15 y 4:30… mi idea de bajar de las 4h ya era imposible pero me mantenía la ilusión de terminar. El paisaje fue increíble, la gente en las calles gritando, bandas tocando, ruinas y monumentos famosos en cada tramo me hacían seguir sin parar un momento. Definitivamente pasar por el Vaticano, el escuchar “forza donna” y el aliento de los otros corredores me llenó de mucha energía para continuar después de la media. Para el kilómetro 25 mis piernas estaban recargadas de ácido láctico y me pesaban cada vez más. Al llegar al 35 y volver a entrar al tramo de empedrado me hizo bajar mucho el ritmo a pesar de saber que faltaba poco. Cuando pensaba ponerme a caminar, como caidos del cielo, un par de corredores italianos empezaron a alentarme; uno llevaba el cansancio de más de 20 maratones en su vida y el otro una lesión en el pie. Los 3 fuimos hablando y riéndonos de mi italiano torcido, cuando uno decaía, habían 2 que alentaban al otro. Definitivamente con el “piano, piano” (suave, suave), pasamos la Plaza España, la Fontana di Trevi, la Plaza Venecia hasta por último ver nuestro último objetivo; el Coliseo romano de donde partimos y donde terminaba la carrera. Ver el km 42 me hubiera parecido imposible días atrás, incluso horas atrás, pero ahí estábamos en el último empujón, los 3 cogidos de la mano cruzando la meta con el mismo nudo en la garganta con el que empecé la carrera y recordando la misma frase del inicio: “El muro no existe!”.
Gracias por compartir estos momentos a la distancia.
los quiere y piensa,
--
Verónica Vargas
No hay comentarios:
Publicar un comentario